Medio Ambiente

China se suma a la conciencia verde

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China ha revelado su itinerario de compromiso con los objetivos del Acuerdo de París. Lo hizo el propio presidente de la nación más poblada y más contaminante del planeta, Xi Jinping, casi de sorpresa, durante su intervención telemática en la Asamblea General de la ONU, el pasado 22 de septiembre. Aunque la diplomacia europea conocía el road map diez días antes, también de boca del jefe del Estado chino, con motivo de la decimocuarta cumbre bilateral con la UE, que calificó el anuncio de "avance político" sin precedentes.

Porque el desafío de Jinping de que su país registre descensos de emisiones de CO2 a la atmósfera respecto de los umbrales actuales en 2030, con el punto de mira en la neutralidad energética en 2060 podría parecer un reto nimio, pero, en el fondo, encierra un esfuerzo colosal. La meta oficial de compulsar emisiones netas llegará, si se cumple la hoja de ruta china, con un retardo de diez años sobre la estipulada por Europa. Sin embargo, la planificación del gigante asiático requerirá esfuerzos más decididos –y, a la vez, más realistas– por ser el foco de mayor expulsión a la atmósfera de gases de efecto invernadero –sigue ostentando el estatus de la Gran Factoría global–, lo que demandará avances con una mayor velocidad de crucero y reformas en su sistema productivo de más calado para certificar la reconversión sostenible y digital. Y, sobre todo, anticipa su estrategia a la de EEUU, que sigue guardando un elocuente silencio en un año, el 2020, excepcional en lo económico por los efectos de la Gran Pandemia. A la espera del resultado electoral, cuyo desenlace será esencial para que la Casa Blanca active el Green New Deal demócrata o, por el contrario, persistan las políticas negacionistas de la Administración Trump.

Aunque, de igual forma, resulta un ejercicio emblemático dentro de la batalla para combatir la catástrofe climática, porque Naciones Unidas había elegido el final de 2020 para que los países de todo el mundo demostraran, como primera meta volante, las primeras reducciones de sus niveles de polución. Una escala que, según dijo la responsable de la ONU sobre cambio climático, Patricia Espinosa, hace unas semanas, espera que cumplan el 80% de los países signatarios de los Acuerdos de París, en 2015. La declaración de intenciones de Jinping –rebaja de emisiones para 2030 y carbono neutral para 2060– concuerda con su mensaje de hace cinco años.

Pero, en esta ocasión, pasan a ser límites temporales concretos y oficiales dentro de la estrategia económica de Pekín, que impondrá en las mismas inversiones tecnológicas y desembolsos específicos para continuar con sus planes de reforestación de su territorio. Espinosa incide en que la Gran Pandemia ha acelerado el proceso hacia la neutralidad energética en todo el mundo. Incluso algunas instituciones como Brookings-Tsinghua Center for Public Policy, que cita The Economist, avanza que Pekín "podría adelantar a 2025 el punto de inflexión hacia la reducción de emisiones". En el territorio que expulsa el 28% del CO2. Jinping aclaró que el compromiso chino no sólo corregirá estos gases contaminantes –los mayores causantes del calentamiento global ocasionados por la acción del hombre y que, en su mayor parte, proceden de combustibles fósiles–, sino que abarca otros carburantes como el metano.

Aunque no alcanza el objetivo europeo de neutralizar todas las emisiones que generan el efecto invernadero. Climate Action Tracker, un grupo de investigación, calcula que, en 2100, si todos los gobiernos que se adhirieron al Pacto del Clima de la capital parisina –del que se salió EEUU por decisión de Donald Trump– cumplieran con sus itinerarios, el planeta subiría en 2,7 grados centígrados su temperatura. Aún lejos del propósito de estos acuerdos de que conseguir controlar el calentamiento entre 1,5 y 2 grados. La nueva táctica china –valora este think-tank– aportaría una reducción de entre 0,2 y 0,3 grados.

No en vano, lo que reviste más trascendencia es la entente cordiale entre la UE y China para consumar este propósito compartido en el ecuador del siglo. El club comunitario es responsable del 10% de las emisiones. A la espera de que la victoria presidencial de Joe Biden sume a EEUU e ideen una acción concertada de los territorios con mayor tamaño económico y causantes, en conjunto, del 45% de la polución global. Esta alianza "encarrilaría firmemente" los Objetivos de París, dice Bill Hare, de Climate Action Tracker. Las emisiones americanas de CO2 tocaron techo entre 2005 y 2007, cuando se redujeron en un 14% respecto al decenio precedente.

En Europa ocurrió en 1990 y, desde entonces, han retrocedido en un 21%. El hecho de que la UE, EEUU y China logren un entendimiento para recortar en un 45% los gases contaminantes para 2030 es un gran salto para la humanidad, asegura Hare. Sobre todo, si Pekín está en condiciones de adelantar un lustro ese momento. Tarea que requiere de una completa descarbonización de su red de suministro eléctrica, más del 60% de la cual procede de la combustión de carbón. Y el epitafio de centrales térmicas. Porque China acaparó en los seis primeros meses de 2020 más del 60% de las nuevas instalaciones construidas en el planeta.

Además de revertir su poder nuclear de uso civil, fuente energética poco contaminante, pero muy problemática a la hora de reciclar los residuos tóxicos nucleares que genera, y que Pekín duplicó, hasta los 48,7 GigaWatios, entre 2014 y 2019. O de acelerar sus programas de captura de CO2, métodos que todavía no se han acoplado a un plan de gran escala. Pese a los avances tecnológicos instaurados para ello en el gigante asiático. El hecho de que la UE, EEUU y China logren un entendimiento para recortar en un 45% los gases contaminantes para 2030 "encarrilaría firmemente" los Objetivos del Milenio, afirman en Climate Action Tracker; Pekín y Bruselas lo han pactado, a la espera de la victoria de Joe Biden.

Hacia un consenso climático radical

Cada incorporación nacional a una estrategia conjunta presiona al resto de los países alineados con el combate del cambio climático. Sobre todo, si las tres mayores economías –y las que más CO2 emiten– instauran una táctica común. "Si China no alcanza la neutralidad energética, no hay opción de que la temperatura terráquea suba sólo 1,5 grados al final de esta centuria respecto a los niveles climatológicos previos a la Revolución Industrial", explica a Bloomberg Gen Peters, director de investigación del Center for International Climate Research.

Cada medio grado que se recorte supondrá un coste de 20 billones de dólares hasta 2100, recoge la revista Nature en un reciente estudio económico. El equivalente al actual PIB de EEUU. Cantidades cómodas que, además, deben emplearse y gastar en un largo periodo de tiempo –ochenta años– y que facilitan el tránsito hacia la digitalización y la sostenibilidad, las dos grandes mega-tendencias que se han instaurado en el ámbito político, económico y financiero y que se ha consumado con el repunte fulgurante de los criterios ESG (Environment, Social & Governance).

Un fenómeno inversor que se ha reactivado durante la Gran Pandemia. Porque entre abril y junio de este año, el periodo que registró un espectacular rally alcista de los mercados tras la debacle de las semanas iniciales de la propagación global del Covid-19, los movimientos de capital de las estrategias de gestoras y sociedades de valores hacia este tipo de inversiones superaron los 71.100 millones de dólares. Cifra semejante al tamaño del PIB de naciones como Omán, Panamá, Venezuela o Luxemburgo. Los analistas empiezan a creer que la apuesta del mercado por las empresas que avanzan hacia la neutralidad energética y la economía verde, con políticas sociales y transparencia corporativa ha llegado para quedarse. Entre otras razones, porque disponen de un muy amplio margen para crecer. Porque las inversiones vinculadas a objetivos ESG son todavía una porción reducida de los 41 billones de dólares que atesoran los fondos de inversión en todo el mundo.

El anuncio de Pekín hacia la neutralidad energética es un primer paso en una estrategia de largo recorrido "fundamental en un mercado con 1.400 millones de consumidores de energía" que necesita un "sistema productivo mucho más eficiente", escriben los analistas de Bloomberg NEF, centro de diagnóstico de la industria energética. Del mismo modo que otras iniciativas como la del Estado de California, el sexto territorio más contaminante, de alcanzar las emisiones netas cero de CO2 en 2045. Táctica espoleada por las sucesivas oleadas de incendios de los últimos años en el estado más rico de EEUU y que se completa con la fecha de caducidad de fabricación de vehículos con combustibles fósiles. Al igual que en los socios europeos –que asumen la bajada de sus emisiones de CO2 en un 55% en 2030– y en Reino Unido. El gobernador californiano, Gavin Newson acaba de firmar una orden ejecutiva para sellar la venta de coches de gasolina en 2035.

Peters, del CICR, apuesta, además, por que la propuesta de Jinping "no será la definitiva", y dice esperar que, en los próximos años, Pekín corrija su hoja de ruta con objetivos aún más exigentes. Dada la evolución –con ingentes inversiones– que ya está abordando para potenciar las energías renovables. De avanzar con mayor celeridad, involucraría en este desafío a India, que asegura no estar preparado para instaurar medidas de corrección de emisiones y que aprecia el cambio climático como un asunto ajeno a sus intereses industriales, pero que, bajo la presión de China, "puede entender con suma facilidad en el futuro inmediato un perjuicio geoestratégico", punto al que política y diplomáticamente el Gobierno nacionalista de Narendra Modi no está dispuesto a renunciar en el plano internacional. Como tampoco en el nacional. Bajo su mandato, India ha registrado instalaciones solares récord. Y nuevas inversiones sostenibles contribuirían a generar las redes de suministro que, en estos momentos, resultan muy deficitarias, afirma un reciente diagnóstico de Foreign Policy. La presión de China, con una alta tensión bilateral en los últimos meses sobre su vecino a cuenta de Cachemira, también se vislumbra en el terreno energético, donde la brecha con India es profunda.

El régimen de Pekín ha logrado que casi la mitad de los vehículos eléctricos del planeta circulen por sus carreteras, el 98% de ellos, autobuses, escribía hace unas fechas en el diario británico The Guardian Barbara Finamore, directora en Natural Resources Defense Council y autora de ¿Salvará China el Planeta? A su juicio, que el gigante asiático se adentre en esta estrategia y logre la neutralidad energética "es una decisión colosal" porque "continúa siendo altamente dependiente de los combustibles fósiles". Es decir, que navega en una gran paradoja, ya que al mismo tiempo que incrementa su red de plantas de carbón, sobre todo para abastecer a factorías que producen la mitad del acero y el cemento del mundo, es puntera en tecnología limpia.

China es el mayor inversor, generador y consumidor de energía renovable y sus líneas de producción de baterías eléctricas para vehículos duplicarán la capacidad combinada del resto del planeta en 2025. Pero, para alcanzar su meta, "necesita acelerar rápidamente sus capitales". Hasta duplicar sus inversiones anuales en energía solar y triplicar o cuadruplicar las enfocadas a la eólica. Así como potenciar la transformación tecnológica hacia el hidrógeno y la energía que procede de las mareas. Con desembolsos presupuestarios preconcebidos y permanentes a largo plazo en apoyo de la neutralidad energética y la implicación de cada gobernador provincial y de cada alcalde en esta tarea.

Una cooperación necesaria que también se traslada a la digitalización, a pesar del boom que las nuevas tecnologías ya han ocasionado en el sistema productivo chino. El plan quinquenal 2021-25 "será esencial, porque debe marcar el inicio de una andadura sin marcha atrás", explica Finamore. Que el gigante asiático se adentre en la neutralidad energética "es una decisión colosal" porque "continúa siendo altamente dependiente de los combustibles fósiles", pero, para ello, debe dar carpetazo al aumento de sus plantas de carbón que abastecen las factorías que producen la mitad del acero y el cemento del mundo.

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