Nuevas tecnologías

Pagar por la cara

Pagar por la cara

La tecnología de reconocimiento facial se ha sacudido la etiqueta de «novedoso». Ha llegado a un punto de madurez y perfeccionamiento que, de manera sibilina, empieza a ser una de las principales alternativas para abandonar el dinero físico. Empieza a estar presente en comercios y espacios comerciales de todo tipo. La idea es simple, pagar por la cara. El sistema reconoce los patrones e información del rostro de una persona, unos datos únicos e difícil de reemplazar, para asociarlo a una forma de pago o cuenta bancaria.

Su mayor virtud es la comodidad para el usuario, aunque presenta importantes dudas acerca de la intromisión en la privacidad de los ciudadanos. Por su idiosincrasia y naturaleza, China ya es el principal banco de pruebas de esta tecnología, que empresas de todos los sectores han empezado a adoptar de manera masiva. Aunque con reticencias. Y riesgos. La inquietante evolución de la tecnología facial en el país se ha aplicado no solo para controlar a criminales, sino para monitorizar a los alumnos en las escuelas o vigilar a minorías étnicas.

Expertos y asociaciones de defensa de la privacidad temen que estos avances sirvan para tejer una red de vigilancia ciudadana en un país demasiado hermético y que el control de sus habitantes está más que asumido. Los consumidores chinos se han lanzado en tromba a registrar sus gepetos en estos nuevos mecanismos de pago que se basan en recopilar los datos biométricos procedentes de las cámaras de incluso máquinas expendedoras.

Pese a sus grandes aportaciones, el software ya se usa masivamente, pero a menudo para monitorear a los ciudadanos. «Existe un gran riesgo de que el Estado [chino] pueda utilizar estos datos para sus propios fines como la vigilancia, el seguimiento de disidentes políticos, el control de la sociales y de la información, así como de los perfil étnicos o, como en el caso de los uigures en Xinjiang, incluso para implantar un sistema vigilancia policial predictiva», apunta en declaraciones a AFP Adam Ni, investigador de China en la Universidad Macquarie en Sydney.

Una de las compañías más punteras en el desarrollo e implantación de esta tecnología es Alipay, brazo financiero del gigante del comercio electrónico Alibaba, que en los últimos meses ha desplegado sus dispositivos de pago «por la cara» en 100 ciudades. La multinacional predice incluso un apabullante crecimiento en el sector. Recientemente lanzó una actualización de su sistema «Smile-to-Pay» utilizando en terminales de pago en máquinas expendedoras pantallas con cámaras de reconocimiento facial del tamaño de un iPad.

Precisamente Apple ha sido una de las empresas del sector de la tecnología de consumo que más esfuerzos ha invertido para llevar el sistema de reconocimiento facial a sus productos. El iPhone X, lanzado en 2017, fue uno de los primeros teléfonos móviles en contar con un sistema biométrico basado en el rostro para desbloquear el terminal. Un software que, intentando sustituir a la huella dactilar, se ha expandido a otros dispositivos de la marca. Numerosos fabricantes como Xiaomi, OnePlus o Samsung cuentan con sus propias alternativas en sus móviles más avanzados. Entidades bancarias tampoco han querido mirar hacia otro lado y, por ejemplo, el BBVA permite, si se reúnen unas condiciones previas, abrir una cuenta en el banco con solo autorizarlo con la cara del usuario.

Un dato representativo

La tecnología facial aprovecha sensores y cámaras para realizar un escaneo 3D y basándose en sistemas en la «nube» permite hacer «check in» en una tienda que haya decidido implementarla en sus establecimientos. Los partidarios de la privacidad, sin embargo, temen por la masiva recopilación de caras de los ciudadanos. ¿Y si estas medidas sirven para decidir si cobrar un precio u otro en función de la persona previamente analizada? ¿Y si sirve para monitorizar a los ciudadanos?

Los expertos valoran sus aportaciones, pero insisten en la idea de que la tecnología por sí misma no es ni buena ni mala, sino su uso, como ha sucedido en otras tantas ocasiones en donde las grandes innovaciones han hecho mella en las sociedades. «El reconocimiento facial es captación de datos, de patrones, pero puede servir incluso para detectar enfermedades. Lo que hay que ver es si simplemente se regula su uso», valora en declaraciones a este diario Borja Adsuara, experto en derecho digital, quien pone énfasis en que la tecnología biométrica es un método más seguro que alguien te robe la tarjeta de crédito y pague por ti. «La cara es el dato que más nos identifica», sostiene.

«Todo el sistema de clasificación ciudadana, unido al sistema de seguridad en las calles, es para tener controlado al ciudadano chino», insiste este experto, aunque desliza que parte de su adopción masiva se debe a la organización del Estado chino: «esta tecnología en democracias occidentales no se puede utilizar para la vigilancia y monitorización de datos de los ciudadanos. Mientras nos mantengamos que bajo el consentimiento y esté legalmente cubierto podrá hacerse».

Las implicaciones en la privacidad han generado mucha controversia. Un proyecto piloto realizado en San Francisco (EE.UU.) tuvo que cancelarse en mayo después de recibir numerosas críticas de organizaciones pro derechos civiles. La alcaldía de la ciudad prohibió entonces a las agencias locales, entre ellas la Policía, el uso de técnicas de reconocimiento facial, cada vez más empleadas por las autoridades para identificar a criminales. Se convirtió así en la primera del país en tomar una medida de estas características.

En Suecia, sin embargo, la Agencia de Protección de Datos sueca ha multado con 18.500 euros a una escuela secundaria de Skelleftea por adoptar la tecnología facial para controlar la asistencia de los alumnos y estudiantes. El proyecto, según el regulador local, vulnera varios artículos del Reglamento General de Protección de Datos (RGPD), de obligado cumplimiento para empresas y ciudadanos desde hace más de un año.

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